I. LA EMPRESA DE SU GENERACIÓN LITERARIA

Fue Alfonso Reyes el benjamín de aquella notable generación de escritores que formó hacia 1910 el Ateneo de la Juventud y que, al emprender una revolución intelectual paralela a la política y social que por entonces se iniciaba, fundaría las bases de la cultura contemporánea de México. Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña eran los maestros de aquel grupo excepcional: Enrique González Martínez y Luis G. Urbina, los "hermanos mayores", y junto a ellos se convertían en maestros José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Julio Torri, Martín Luis Guzmán, Carlos González Peña, Alfonso Cravioto, Jesús T. Acevedo, Alejandro Quijano, Genaro Fernández Mac Gregor, Luis Castillo Ledón y Ricardo Gómez Robelo.

El mismo Reyes ha reseñado las principales fases de aquel movimiento renovador de ideas. La primera campaña, todavía en el ámbito estético del Modernismo, fue en la publicación, en 1906, de Savia Moderna . En el mismo año, se efectúa la exposición de pintura organizada por esa revista y animada por el Dr. Atl, recién llegado de Europa, en la que se daría a conocer Diego Rivera. "Por 1907 -cuenta Alfonso Reyes-, un oscuro aficionado quiso resucitar la Revista Azul de Gutiérrez Nájera, para atacar precisamente las libertades de la poesía que proceden de Gutiérrez Nájera. No lo consentimos. El reto era franco y lo aceptamos. Alcanzamos por las calles la bandera de arte libre. Trajimos bandas de música. Congregamos en la Alameda a la gente universitaria; los estudiantes acudieron en masa. Se dijeron versos y arengas en el kiosco público. Por la noche, en una velada, Urueta nos prestó sus mejores dardos y nos llamó 'buenos hijos de Grecia'. La Revista Azul pudo continuar su sueño inviolado. No nos dejamos arrebatar la enseña, y la gente aprendió a respetarnos" 2.

Suspendida la publicación de Savia Moderna, la actividad continuó ahora a través de una Sociedad de Conferencias. "El primer ciclo se dio en el Casino de Santa María. En cada sesión había un conferenciante y un poeta. Así fue extendiéndose -recuerda Alfonso Reyes nuestra acción por los barrios burgueses. Hubo de todo: metafísica y educación, pintura poesía. El éxito fue franco". 3 La afición a Grecia -sigue narrando Reyes era común, si no a todo el grupo, a sus directores. Poco después, alentados por el éxito, proyectábamos un ciclo de conferencias sobre temas helénicos. Fue entonces cuando, en el taller de Acevedo, sucedió cierta memorable lectura del Banquete de Platón en que cada uno llevaba un personaje del diálogo, lectura cuyo recuerdo es para nosotros todo un símbolo. El proyecto de estas conferencias no pasó de proyecto, pero la preparación tuvo influencia cierta en la tendencia humanística del grupo". 4 En 1908, ante los ataques de los conservadores, se honró la memoria de Barreda y se dio expresión a una nueva conciencia política, ya emancipada del régimen dictatorial. Tras de un segundo ciclo de conferencias en el Conservatorio Nacional, vienen, en 1909, las memorables conferencias de Antonio Caso que liquidan la vigencia del Positivismo, doctrina oficial del porfiriato, y abren nuevos horizontes filosóficos.

A fines del mismo año se funda el Ateneo de la Juventud, concreción definitiva del grupo, que sesiona quincenalmente durante varios años en la Escuela de Derecho. Sus actividades públicas más importantes continúan siendo las conferencias y en ellas predomina la preocupación por la valoración crítica de la cultura mexicana e hispanoamericana. Son particularmente significativas a este respecto las que organiza el propio Ateneo de la Juventud en 1910, en la Escuela de Derecho: "La filosofía moral de don Eugenio M. de Hostos", por Antonio Caso; "Los 'Poemas rústicos' de Manuel José Othón", por Alfonso Reyes; "La obra de José Enrique Rodó", por Pedro Henríquez Ureña; "El Pensador Mexicano y su tiempo", por Carlos González Peña; "Sor Juana Inés de la Cruz", por José Escofet, y "Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas", por José Vasconcelos. Años más tarde, Francisco Gamoneda promueve, en la Librería General, una nueva serie de conferencias: "Don Juan Ruiz de Alarcón", por Pedro Henríquez Ureña; "La literatura mexicana", por Jesús G. Urbina; "Música popular mexicana",por Manuel M. Ponce; "La novela mexicana", por Jesús T. Acevedo. Dentro del mismo impulso intelectual puede comprenderse un ensayo de Alfonso Reyes publicado por estos años, "El paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX" (1910).

En el mismo año del centenario de la Independencia, Justo Sierra funda la nueva Universidad Nacional y organiza, dentro de ella. la Escuela de Altos Estudios. En su magno discurso de inauguración, el maestro Sierra fija no sólo la empresa que toca a aquella institución sino la empresa cultural del México que entonces nace. Ya iniciada la Revolución, todavía se mantiene por algunos años la actividad de los ateneístas a pesar de que su dispersión se ha iniciado. Caso comienza sus brillantes cursos filosóficos en la Universidad; González Martínez, Henríquez Ureña y Reyes enseñan literatura en la Escuela de Altos Estudios, y en 1912 los que aún quedan en México, y nuevos aliados, fundan la Universidad Popular, "Escuadra volante que iba a buscar al pueblo en sus talleres y en sus centros, para llevar a quienes no podían costearse estudios superiores ni tenían tiempo de concurrir a las escuelas, aquellos conocimientos ya indispensables que no cabían, sin embargo en los programas de las primarias" 5. El escudo de la Universidad Popular, cuya obra duraría diez años, tenía por lema una frase de Justo Sierra : "La Ciencia protege a la Patria".

El mensaje espiritual y el nuevo ideario que fueron postulados por los escritores que se agruparon en el Ateneo de la Juventud contenían, como habrá podido advertirse, un amplio repertorio de intereses destacados y un firme propósito moral. Aquellos focos de atención pueden concentrarse como sigue: conocimiento y estudio de la cultura mexicana, en primer término; las letras clásicas; las grandes figuras literarias españolas de las Siglos de Oro; las letras inglesas y francesas antiguas y modernas y las nuevas direcciones del pensamiento filosófico. Al mismo tiempo, los ateneístas renovaban sus principios y sus técnicas críticas para el examen de las obras literarias y filosóficas; buscaban un reconocimiento del pensamiento universal que podía mostrarnos la propia medida y calidad de nuestro espíritu, y aspiraban a la integración de la disciplina cultivada en el cuadro general de las disciplinas del espíritu. Su propósito moral, que acaso no necesitó enunciarse, fue el de emprender toda labor cultural con una austeridad que pudo haber faltado en la generación inmediata anterior. Los nuevos escritores no se confiaron ya a las virtudes naturales de su genio ni se entregaron, seguros de su gloria, a los placeres de la bohemia; percatados, por el contrario, de la amplitud de la tarea que se habían impuesto, conscientes de sus deberes cívicos tanto como de su responsabilidad humana, alentados por los ejemplos venerables de heroísmo moral e intelectual con que se nutrían en aquellas lecturas colectivas cuyo ejemplo perdura, los ateneístas mudaron radicalmente los ideales de su vida de sus predecesores por otros, si menos brillantes, más fértiles para su formación intelectual.

Al preguntarse cuál sería el espíritu distintivo del grupo, Henríquez Ureña contestaba que sin duda era el filosófico, y así puede confirmarlo la condición esencial de las obras de los más conspicuos ateneístas: Caso, Vasconcelos, Reyes. En ocasiones, como la obra del maestro Caso, ésta es exclusivamente filosófica. En las de Vasconcelos y Reyes, se unen las proyecciones filosóficas y aun científicas con las literarias, y en las de todos los demás ateneístas puede apreciarse siempre, junto a la obra de creación, la huella humanista, intelectual y crítica que caracteriza al grupo.

EL INVESTIGADOR Y EL DIPLOMÁTICO

Tal fue la formación intelectual de Alfonso Reyes, que, benjamín de su generación (había nacido en Monterrey, Nuevo León, el 17 de mayo de 1889), llegaría a convertirse en el representante más característico de sus virtudes e intereses culturales. Porque si otros ateneístas, como Vasconcelos, Guzmán o González Peña tienen en sus obras proyecciones que escapan o contradicen las del Ateneo, Reyes, en las varias etapas de su larga y admirable obra habría de llevar al máximo de sus posibilidades y a su mayor esplendor el espíritu del Ateneo.

Tras de estos decisivos años ateneístas, Alfonso Reyes sale a Europa. Luego de desempeñar un puesto diplomático en Francia, va a España donde permanecerá de 1914 a 1924, en uno de los periodos más intensos y fructíferos de su vida y de su obra. Allí ocupará de nuevo cargos diplomáticos, pero, al mismo tiempo, cumplirá una nueva etapa de su formación literaria: su adiestramiento como investigador filológico en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, dirigido por don Ramón Menéndez Pidal. Sus compañeros son maestros luego ilustres: Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Federico de Onís, Antonio G. Solalinde. Escribe entonces algunas de sus obras más notables: Visión de Anáhuac (1917),Simpatías y diferencias (1921-1926) e Ifigenia cruel (1924), hace también periodismo: es uno de los redactores del periódico Fitología Española. Ha conquistado ya una técnica un espíritu de investigador que darán a sus obras un rigor y una solidez que permanecerán, aun invisibles, si las disimulan todas las gracias de su ingenio.

En los años siguientes, afirma su sentido universal con nuevos viajes, ahora, como ministro plenipotenciario y luego como embajador, y largas permanencias, otra vez en Francia y en España, y en la Argentina y Brasil, en Uruguay y en Chile, países que dejarán huella en su obra y en los que él dejará también un testimonio permanente.

LOS AÑOS DE LA COSECHA

A principios de 1939, regresa definitivamente a México para emprender la opulenta cosecha que, aunque no había dejado de dar frutos en los años de viajero, ahora, de nuevo en su patria y asentado definitivamente el hermoso templo de su trabajo -su rica biblioteca y sus archivos-, multiplicará un ritmo que había sido siempre generoso. Aquí organiza y preside La Casa de España que luego se transforma en el Colegio de México. Preside desde 1957 hasta su muerte la Academia Mexicana de la Lengua y es miembro fundador de El Colegio Nacional. Enseña literatura y explica temas humanistas. Universidades le otorgan los máximos honores académicos e instituciones culturales de Europa y América solicitan para él el Premio Nobel. En 1955, al cumplirse cincuenta años de su carrera literaria, se comienza la publicación de sus Obras completas. La plenitud de su obra y la constancia de su vocación intelectual le dieron un título que nadie pudo disputarle, el de nuestro más distinguido hombre de letras. Pleno trabajo, la muerte, que tan insistentemente se le había anunciado, rindió su exhausto corazón la mañana del 27 se diciembre de 1959, y fue sepultado en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

LAS GRANDES DIRECCIONES DE SU OBRA

Ya en los principios literarios de Alfonso Reyes, en aquellas celebradas y juveniles Cuestiones estéticas (1911), pueden descubrirse los gérmenes de las grandes direcciones que seguirá su monumental obra posterior: la cultura clásica, la investigación teórica de la literatura, las letras españolas, francesas, inglesas y mexicanas, la fantasía y el ensayo, Goethe y Mallarmé, aficiones que frecuentará y desarrollará en sus libros siguientes, tienen en aquél de su juventud un afortunado nacimiento. Como entonces se anunciaba, ensayista habrá de ser primordialmente Alfonso Reyes, aunque haya quien lo considere (en atención a su hermosa obra lírica) ante todo poeta, y cultive también la prosa narrativa y el drama. Alerta su curiosidad hacia todos los rumbos, atento siempre a las manifestaciones del espíritu allí donde surjan, conquistador y propagador de las tradiciones fundamentales de la cultura, universal y enciclopédico, maestro en todos los registros de la pluma, Alfonso Reyes realizará en México el más cumplido ejemplo del hombre de letras.

LÍRICA E IMAGINACIÓN

Cabal hombre de letras, Alfonso Reyes adorna los prestigios de su pluma con una poesía que, aunque cultivada junto a muchas otras disciplinas, las ilumina a todas y posee una calidad y significación tan considerable como el resto de su obra. En la historia de las letras mexicanas, el lugar de su obra poética no puede limitarse exclusivamente dentro de la generación ateneísta, cuya afición lírica fue secundaria. Huellas (1922), el primer libro de versos de Reyes, aparece ya lejos de los días del Ateneo, aunque incluya composiciones fechadas entre 1906 y 1919; y, por otra parte, el carácter de la poesía de aquel libro y de todos los posteriores, rebasará la estética de los años iniciales del siglo para venir a enlazarse con la más reciente. En pocas obras poéticas nuestras se ostenta tan exquisita y cultivada sensibilidad como en la de Alfonso Reyes. Nada ocurre en ella por acaso, aunque todo surja como una canción libre y fluida que reúne con acierto único los polos de lo hermético y lo popular. Pero acontece que su lírica no sólo está educada en Góngora y Mallarmé sino en toda la poesía del mundo, y por ello puede ser, cuando quiere, popular, pero popular fincada en las más finas raíces tradicionales y buida de los más sutiles refinamientos. Su poesía es la de quien ha frecuentado mucha vida y mucha literatura y ha aprendido a reservar lo más puro, fugitivo, estremecedor y delicioso para esa comunicación de lo inefable. Más, al mismo tiempo, y como una nueva prenda de la universalidad de su espíritu, sabe también pulsar como un maestro las demás cuerdas de la lira. Su certero gusto le permite servirse confiadamente de lo pintoresco, lo anecdótico o lo coloquial, por ejemplo -registros ausentes en la mayoría de las obras de nuestros poetas-, y que él aprovecha con una sabiduría que le hace conocer aquello que sigue y seguirá siendo poesía por encima de las modas actuales, con exceso restringidas en sus temas y formas.

Pero es por igual afortunado en los versos de circunstancias de Cortesía (1948) que en aquellos que guardan la nostalgia de su tierra o el aroma sentimental de sus viajes; y en los divertimientos literarios lo mismo que en las evocaciones de temas clásicos, hay en su poesía una veta de hermosura singularmente feliz: la que deja fluir la música íntima de su melancolía en romances que han llegado a crear, dentro de la forma tradicional, un género nuevo, de interiorizada y sutil melancolía.

Sitio destacado en su vasta obra tiene Ifigenia cruel (1924), el hermoso poema dramático, que junto a su valor teatral y a su importancia como recreación del mito heleno, sobresale por su poderoso lirismo y por cuanto nos ayuda a la comprensión psicológica de su autor. Sublimando en el molde de la antigua leyenda su propia aventura, Reyes acertó a realizar una de sus obras de más perdurable y profunda emoción poética.

En los volúmenes titulados Verdad y mentira (1950) y Quince presencias (1955) reunió Alfonso Reyes la mayor parte de sus escritos narrativos o de fantasía, desde los de El plano oblicuo(1929) hasta Los siete sobre Deva (1942), pasando por La casa del grillo, El testimonio de Juan Peña, "Pasión y muerte de Doña Engracandinha", "Fábula de la muchacha y la elefanta" y otros relatos sueltos, algunos de ellos publicados aquí por primera vez. Estos cuentos, diálogos y narraciones tienen una condición especial dentro del género de ficción. Se apartan por lo general de la prosa narrativa pura -traslúcida, que sólo quiere servir de invisible puente para trasladar al lector al mundo y a los hechos que cuentan-, para entregarse, en cambio, a los atractivos de la imaginación, al deleite mismo del narrar y al juego de la prosa. Su autor no oculta su condición esencial de poeta y ensayista para quien las palabras son tanto significativas y significantes como también magia y música. Acaso por ello las ficciones de Alfonso Reyes parezcan más aptas para crear situaciones y climas, cargados de alusiones y de sutiles observaciones, cargadas de humanidad y de sentido novelesco, que no para conducir una narración, con lo que dejan de ser en verdad "cuentos", por el otro extremo del género. Pudiera, pues, decirse de estos cuentos y narraciones que, en su mayor y más representativa porción, son ensayos y fantasías acerca de situaciones, climas y personajes novelescos. Y en ello mismo reside su encanto: en lo personal y sugestivo de su perspectiva y de su textura, en el rico y ondulante juego del ingenio de su autor, y en su humor, su gracia y su hondura, siempre tan discretamente distribuidos.

LOS CAMINOS DEL ENSAYISTA

Con sólo los ensayos de Alfonso Reyes pudiera integrarse una antología que mostrara la mayor parte de los abundantes tipos y formas que suele adoptar el género. Y si prefiriera formar un inventario de sus temas, advertiríanse las múltiples direcciones que siguen los ensayos de Alfonso Reyes: divagaciones puras, crítica literaria, temas humanistas, teoría literaria, meditaciones americanas y asuntos misceláneos. Formas y temas varios han ido alternándose y conjugándose en su obra con una distribución que recuerda la de una vida bien ordenada, planeada por un hombre sensato. Meditaciones sobre nuestro destino mexicano y americano y juegos poéticos; austeras reflexiones sobre el fenómeno literario y las fantasías en donde toda curiosidad tiene cabida; la antigüedad clásica traída hasta nuestras actuales preocupaciones y llamadas de atención hacia lo más destacado de la modernidad, y aun la gracia y la malicia, dejando un rastro amable entre la sequedad de las investigaciones, o una lección moral y filosófica en aquellos divertimentos que parecen pura frivolidad. Elástica juventud de Alfonso Reyes, tal la de un pensador que sabe a la vez practicar una gallardía de los deportes y nos desdeña, a su tiempo, entregarse a la pura delicia de lo intrascendente. Quizás él no suscribiera del todo aquella afirmación -no vacía de petulancia de Ortega y Gasset, que pretendía que el pensador había de abstenerse de tosa participación en la vida misma, para situarse sólo en puro espectador de su movimiento, o lo que en más llano castellano suele llamarse "ver los toros desde la barrera". Ortega asistía de mala gana al golf y especulaba desde su palco: Reyes prefirió jugarlo, como prefirió también jugar la vida, aunque luego se escondería en su taller para apuntar sus meditaciones. Y aun en su retiro, no impidió que a su obra llegasen los rastros del bullicio, el aroma mismo de la vida. Había descubierto en ellos una gracia única, una frescura que se enseño a usufructuar con maliciosa sabiduría.

Ordenándolos en atención a sus formas literarias, antes que por sus temas, los ensayos de Alfonso Reyes pueden repartirse en varios grupos que gradualmente van descendiendo de la creación literaria pura a la circunstancialidad periodística.

1.- Ensayo como género de creación literaria. Es aquella forma más noble e ilustre del ensayo, a la vez invención, teoría y poema. Se inicia, dentro de la obra de Reyes, con uno de sus escritos más felices, la Visión de Anáhuac (1917), síntesis de perfecta hermosura sobre el origen, el destino y la misión de México. Junto a él pueden situarse otros ensayos de esta misma naturaleza, como "Palinodia del polvo" (1949), en cierta manera complemento y respuesta de la Visión de Anáhuac, y Por mayo era, por mayo (1940) sobre el tema eterno de la flor.

2.- Ensayo breve, poemático. Casi de la misma índole que el anterior, aunque más breve y menos ceñido, a la manera de apuntes líricos, filosóficos o de simple observación curiosa. Lo representan algunos de los libros de lectura más placentera y vivaz que ha escrito Alfonso Reyes: Cartones de Madrid (1917), Calendario(1924) y Tren de ondas(1932), además de muchos otros ensayos semejantes que andan dispersos en sus libros.

3.- Ensayos de fantasía, ingenio o divagación. En ellos despliega Reyes, a la manera inglesa, la frescura de su gracia e ingenio, su extremada habilidad y su virtuosismo literarios. Algunos de estos ensayos forman las encantadoras y doctas Memorias de cocina y bodega (1953), y otros los ha reunido en Ancorajes (1951) -"La casta del can", "breve vista a los infiernos"-, y en el precioso libro Árbol de pólvora (1953), y otros que publicaron en la revista Letras de México -"Al diablo con la homonimia" e "Historia natural das Laranjeiras"-. Constituyen un género ensayístico muy personal de Alfonso Reyes y en el que no admite comparación. Y si él es un maestro consumado en los temas doctos, nunca se le siente más sí mismo y más complacido que en estos juegos de fantasía e ingenio y en aquellos romances de íntima melancolía, aludidos más arriba. Éste es para mí, si no precisamente el mejor Alfonso Reyes, sí el de vibración más intensa y entrañable, y el que conserva y trasciende más puro el aroma y el don de si inteligencia.

4.- Ensayo-discurso u oración (doctrinario). Forma intermedia entre la oratoria del discurso y la disertación académica, queda en ellos la expresión de su mensaje cultural de maestro. Los ha consagrado principalmente a sus meditaciones americanas y, en general, a proponer rumbos en asuntos fundamentales de cultura. Su elegancia es a la vez clásica y moderna, y pese al rigor intelectual que los ordena, no carecen de esos relieves de gracia y expresión directa característicos de su estilo. Recordemos el hermoso "Discurso por Virgilio" (1931) y los ensayos recogidos en Tentativas y orientaciones (1944).

5.- Ensayo interpretativo. Es la forma más común del ensayo, tratamiento breve de una materia que contiene una interpretación original. Sus temas, dentro de la obra de Alfonso Reyes, son principalmente literarios y algunas veces históricos y humanísticos. Literarios como en Retratos reales e imaginarios (1920), Tránsito de Amado Nervo (1937), Mallarmé entre nosotros (1938) y Grata compañía (1948). De historia americana como en Última Tule (1942), uno de los libros fundamentales de Alfonso Reyes. De temas humanísticos como en Junta de sombras (1949) y Estudios helénicos (1957), evocaciones y estampas clásicas de noble belleza, y cuya erudición se ofrece en imágenes vivas y actuales. La caída (1933) toca un tema de crítica de arte. Idea política de Goethe (1937),Trayectoria de Goethe (1954) y otros sobre el mismo tema, aún dispersos, son ensayos dedicados a examinar aspectos capitales de la personalidad y la obra del genio alemán, con cuyo espíritu en más de un aspecto se emparenta el de Alfonso Reyes.

6.- Ensayo teórico. Un matiz lo diferencia del ensayo interpretativo, pues mientras las proposiciones de aquél discurren más libremente y se ocupan por lo general de personalidades literarias o acontecimientos históricos, las de éste , más ceñidas, transitan por el campo puro de los conceptos. Representan este tipo ensayístico las agudas divagaciones de El suicida (1917), A vuelta de correo (1932), paginas poco divulgadas de Alfonso Reyes (luego recogidas y ampliadas en La X en la frente, 1952) en las que consigna sus ideas fundamentales sobre el "nacionalismo" que periódicamente exalta nuestras letras; y dos volúmenes de teoría: La experiencia literaria (1945) que expone el método histórico de la crítica y analiza las relaciones que tienen la vida y los estímulos -exteriores e interiores con la recreación literaria.

7.- Ensayo de crítica literaria. Ha sido otro de los intereses de Alfonso Reyes, constantes a lo largo de su obra. Pero de acuerdo con el público a que va dirigida y con la intención del autor, su crítica literaria tiene, a su vez, varias especies o grados que pueden agruparse en orden decreciente de rigor técnico como sigue: 1. Erudito. Lo representan dos libros escritos en la época de sus investigaciones en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, cuestiones gongorinas (1927), prolongación y desarrollo de aquel precursor y notable ensayo "Sobre la estética de Góngora" (1910) que parece en Cuestiones estéticas -y que es de los primeros, si no el primero, que estudia la poesía del cordobés con la simpatía, perspectiva y comprensión modernas-, que recoge precisiones y exégesis fundamentales, y Entre libros (1948) donde se coleccionan reseñas de tipo erudito publicadas en su mayor parte en la Revista de Filología Española. 2. De exposición histórica. Principia, desde los orígenes literarios de Alfonso Reyes, con un estudio notable no sólo por haber sido escrito cuando su autor contaba veintiún años sino también por su elegancia y su claro juicio, El paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX (1910). Continúan este tipo de crítica histórica estudios tan destacados, por su amenidad, erudición y sentido de la síntesis, como la de dos series de Capítulos de literatura española (1939 y1945) y un volumen cuya importancia en nuestra historia literaria parece no haber sido advertido del todo, Letras de la Nueva España (1948), que ofrece no sólo el mejor y más lúcido panorama hasta hoy existente sobre nuestra literatura colonial sino que entrega, además, una exposición llena de interpretaciones originales y fecundas acerca de la literatura prehispánica. 3. De interpretación. Es la crítica que, al apartarse del rigor erudito y científico, vuelve a encontrar la libertad del ensayo. iníciase también con uno de los primeros trabajos de Reyes, "Los poemas rústicos" de Manuel José Othón (1910), que sigue siendo de los estudios fundamentales acerca del poeta. Junto a él, viene aquel gran libro primero de Alfonso Reyes, Cuestiones estéticas (1911) que, además de textos de crítica de esta índole, titulados Opiniones,contiene, en su segunda parte y a la manera ensayista de Wilde, unas Intenciones. Dentro de esta misma línea de juegos libres de la imaginación y del ingenio sobre estímulos casi siempre literarios se encuentra la admirada y sugestiva serie de Simpatías y diferencias (1921-1926) y su prolongación en El cazador (1921), libros a los que deben sumarse, además de muchos otros ensayos de crítica literaria interpretativa dispersos, uno de sabroso contenido que trata De un autor censurado en el "Quijote": Antonio de Torquemada (1948).

8.- Ensayo expositivo. Es el fruto del admirable sentido que para la síntesis y las exposiciones tuvo Alfonso Reyes. Muchos ensayos de esta especie andan por todos sus libros, y aun puede añadirse que casi no hay materia fundamental de cultura que no haya sido expuesta y resumida magistralmente por su pluma. En forma aislada, corren el "Panorama del Brasil" (1945), el "Panorama de la religión griega"(1948)y La filosofía helenista (1959), y en el volumen que lleva el título Sirtes (1949) hay algunos
superiores: sobre la Atlántida, la prehistoria, Segismundo, la semántica y el sistema histórico de Toynbee.

9.- Ensayo crónica o memorias. Aunque no llegó a concluir la narración de sus memorias, Reyes las inició en un libro conmovedor y valiente, Parentalia (1958), y en su continuación póstuma, Albores (1960), y puso de su historia intelectual, desde sus principios hasta 1925, en su interesante "Historia documental de mis libros" (1955-1959). Además, en otros libros suyos quedan preciosos testimonios acerca de sus propias experiencias, ya en forma lírica como en Las vísperas de España (1937), o bien con una perspectiva más cercana a la crónica, como en Aquellos días (1938) y en Pasado inmediato (1941)que narra, este último, y por lo cual es un documento importante para nuestra historia literaria, la empresa cultural de la generación del Ateneo a que perteneció el mismo Reyes.

10.- Ensayo breve, periodístico y de circunstancia. Es el registro más leve y pasajero de todas aquellas incitaciones, temas, opiniones y hechos que percibe un espíritu como el de Alfonso Reyes, que vivía en su totalidad la vida de la cultura. Lo grande, lo pequeño y lo mínimo, consignado al paso, mas siempre con una brizna de su ingenio y su sabiduría, si no con un vislumbre revelador. Lo juntan Norte y sur (1945), Los trabajos y los días (1946), A lápiz (1947) y De viva voz (1949), las tres series de Marginalia (1952, 1954 y 1959) y los doscientos de Las burlas veras (1957-1959), hermosos títulos nunca injustos para su contenido.

11.- Tratados. Finalmente, aquellos de sus libros que superan la falta de compromiso del ensayo: tratados a la manera clásica, arquitecturados y plenos: las obras más arduas y doctas de Alfonso Reyes y en las que esplende su rigor y sabiduría y a las que no deja de dar visos de gracia y de vitalidad el don de su ingenio: La crítica en la Edad Ateniense (1941). La antigua retórica (1942) y El deslinde (1944), propio campo de su última y magistral doctrina literaria.

EL TEÓRICO DE LA LITERATURA

De nuevo en las Cuestiones estéticas (1911) puede descubrirse el nacimiento de las dos vertientes que habían de conducir a Alfonso Reyes a la composición de una de sus obras capitales, El deslinde (1944): la devoción por las letras clásicas y la preocupación por la teoría literaria. En su vida y en su obra, a lo largo de treinta y tres años estos intereses fueron nutriéndose de otras dos prácticas esenciales, el conocimiento amoroso y lúcido de los monumentos clásicos y la circulación abundantísima por todos los continentes literarios, además de un ejercicio constante de la aptitud crítica adiestrada al paso en las disciplinas añejas y en los métodos analíticos aprendidos de los maestros; y adiestrada y fortalecida en la frecuentación cordial de cada uno de los oficios y circunstancias del hombre de letras; y aun de aquellas tareas concernientes a la realización material del libro, que a todas se acercó Reyes como quien se había entregado desde su juventud al mundo de las letras aceptándolo totalmente y buscando en todos sus aspectos aquella ilustración viva que mejor lo llevara al dominio de sus empresas.

La crítica en la Edad Ateniense (1941), y La antigua retórica (1942), presentan ya volcadas una dirección en la otra y vienen a ser el examen previo de la contribución de la Antigüedad al problema de la filosofía y de la ciencia del fenómeno literario. No agotan estos volúmenes el tema propuesto -motivo de otras disertaciones del autor aún no coleccionadas pero se refieren ya a sus mementos más destacados y establecen los cimientos de la investigación que, luego de las "coordenadas" del estimulante grupo de ensayos que integran La experiencia literaria (1942) -obra que dentro de este sistema puede situarse muy justamente como el trazado y reconocimiento general del campo que luego va a explorarse-, se emprenderá vigorosamente en El deslinde.

Estos "Prolegómenos a la teoría literaria", la más ambiciosa de las obras que escribiera Alfonso Reyes, son una descripción o exploración en profundidad de los contenidos formales y de significado y de los rumbos mentales que distinguen a la literatura de otras disciplinas del pensamiento. Es también un vaciado del campo y de las funciones que conciernen a la literatura dentro del cuerpo de las demás disciplinas, y una descripción de sus problemas de límites y sus interpretaciones.

Un estilo y una imaginación tan feraces y personales como los de Alfonso Reyes implicaban necesariamente problemas en su aplicación a una obra de esta naturaleza. En su ataque a la comprensión del fenómeno literario, Reyes procede por aproximaciones y redibujos, un poco a la manera digresiva de Marcel Proust, y ello le lleva a imponer a sus lectores un cierto desajuste o violencia mentales, al hacerlos atender dos melodías un poco extrañas entre sí; la concentrada de un lenguaje cerradamente lógico -que aun va constriñendo al lenguaje vulgar para manipular a base de denominaciones técnicas establecidas y la melodía de las digresiones, comentarios e ilustraciones de todas las especies, características del esplendor del estilo de Reyes. Ello hace particularmente difícil la lectura de los cinco capítulos preliminares, en los que es más notorio este inoportuno consorcio, y hace pensar en la conveniencia de un digesto de El deslinde en el que se le redujera al puro nervio de sus indagaciones fenomenológicas, digesto que debería conservar, intactos, los capítulos VI y VII, de singular excelencia, que se refieren directamente a la literatura.

La primera y segunda partes de El deslinde constituyen, de hecho, la obra consumada, es decir, el vaciado del cuerpo de atributos formales y de significado de la literatura, dentro del gran cuerpo de las disciplinas que le son afines o tienen con ella algunos anexos intencionales; o bien, constituyen la monumental introducción a la teoría literaria cuyo campo sería no ya la descripción y depuración de los límites, tarea de este volumen, sino el ataque a la materia literaria, previamente purificada, en sus diferentes funciones y categorías.

Es admirable el contraste de la empresa de estos "Prolegómenos a la teoría literaria" con la disciplina tradicionalmente así llamada. Pues los tratados que así se intitulaban solían restringir, equivocadamente, la acepción de teoría a lo que era propiamente preceptiva literaria, tal como la instauraron Quintiliano y Cicerón y tal como la anquilosó, parecía que definitivamente, Hermosilla. La monumental obra de Alfonso Reyes de su ejemplar método de exploración descriptiva, y nunca preceptiva, a la fenomenología alemana, y debe su orientación, su rumbo mental como diría el mismo Reyes, a la sagacidad literaria del propio autor alimentada en las fuentes y experiencias, y a las orientaciones de la ciencia literaria tal como ha sido concebida por los maestros contemporáneos. Pero frente a las aportaciones de sus ilustres antecesores, la obra de Alfonso Reyes es la primera que se aboca a la empresa total y abrumadora de la descripción del fenómeno literario. Atacando el problema desde los diferentes perspectivas -filología, estilística, estética, teoría literaria, filosofía del lenguaje, etcétera-, los estudios de los maestros que le precedieron habían ido aportando luces aunque rehuían, al mismo tiempo, el trabajo sistemático total. El deslinde de Alfonso Reyes no es todavía ese trabajo sistemático general descriptivo del fenómeno literario, pero viene a ser la proposición monumental de las bases de aquel trabajo, la revelación de sus problemas internos, y de la complicada estructura existente bajo el obvio designio de literatura.

Semejante índole lleva necesariamente al lector a la espera y a la imaginación de esa obra para la cual este espeso "deslinde" sirve a manera de introducción. "Si el deslinde queda hecho -escribe Alfonso Reyes en la peroración final-, el paso está franco para otras aventuras por el interior de la poesía, a las que hemos de dedicar futuros desvelos". Y para la realización de estas nuevas aventuras, todos confiábamos en que el hombre de letras que pudo escribir El deslinde contara con las fuerzas y el ánimo necesarios para proseguirlo, ya que era empresa que tenía la medida de su temple y ya que si la abandonaba merced de los que le sucedan, era posible que resultara contrahecha e infeliz. Infortunadamente, el tiempo no se lo consintió y la obra por hacer continúa como "hijo nonato del espíritu" en larga espera del padre capaz de entregarla a la luz.

Suele pensarse de muchos grandes libros que su autor se adelantó a nuestros pasos, creyendo con ello que todos hubiésemos sido capaces de escribirlos alguna vez. No creo que pudiera ocurrir otro tanto con El deslinde, pues es la creación específica de la vida y de la obra de Alfonso Reyes. Quiero también decir con ello que El deslinde no se presenta al lector como producto de una ideación desnuda y de una exploración a base de conocimientos y doctrinas más o menos mostrencas; su lectura, por el contrario, ofrece el fruto entrañable de la vida literaria de Reyes, de su prodigiosa sabiduría en tantos dominios del conocimiento humano, de su fértil experiencia en cada uno de los órdenes y oficios de las letras, de su virtud estilística, dueña de tantos registros, de su inigualable poder de aprensión, de síntesis y de comunicación de los productos mentales; de la claridad y gracia de su espíritu, de su curiosidad tan generosa y de ordenamiento tan armónico y afortunado. Es por excelencia, la obra que sólo él, en la cima de su vida, pudo escribir. Y no puede decirse mayor elogio de su enorme empresa que repetir las palabras que escribió Werner Jaeger a Alfonso Reyes, comentando la obra de éste "¡Cuánto me hubiese gustado asistir al asombro que habría producido en Aristóteles la lectura de El deslinde!"

LA DOCTRINA AMERICANA

El destino y los problemas que impone la civilización de nuestro Continente han sido, tradicionalmente, preocupaciones capitales de los maestros americanos. Fiel a esa vocación y a esa norma, Alfonso Reyes ha expuesto en varios ensayos fundamentales una lúcida doctrina americana.

Sus meditaciones de esta índole se han consagrado de manera principal a explorar el sentido que rige la vida de América, y el significado el carácter de la cultura americana. En Última Tule, uno de sus ensayos más hermosos, Alfonso Reyes ha narrado, además de la historia misma del descubrimiento de América, las vicisitudes que en la mente de los filósofos, los poetas, los geógrafos y los viajeros tuvo, desde antes de su materialización, la imagen de América, y cómo, desde entonces, fue para la fatigada Europa la tierra que podía convertir en realidad sus mejores sueños utópicos y aun los ensueños de la mitología y la fábula. Así lo mostraron a la curiosidad universal las primeras descripciones de Colón, para quien América era sobre todo la tierra de la abundancia y del indio "buen salvaje". Y aunque con el paso de la historia aquella imagen haya tenido que ajustarse y rectificarse, América no ha perdido, por ello, el sentido que presidió su nacimiento, y sigue siendo "la última Tule", el límite de la esperanza.

En relación con este destino que anima la vida del Continente, Alfonso Reyes ha propuesto su doctrina acerca del significado y el carácter de la cultura mexicana y de las tareas más urgentes que ella nos exige.

En un principio, la cultura de Hispanoamérica -a cuya elucidación dedica Alfonso Reyes preferentemente sus meditaciones tiene una importancia destacada, que suele olvidarse, por cuanto contribuye con valores originales y de rango universal a la concepción del mundo y a la integración del panorama mundial de la cultura. La nuestra es una cultura natural del espíritu y por ello el nombre que le conviene es el de "inteligencia americana", porque, más que una diferencia de contenidos o de esencias, implica una diferencia de "tempo" americano, patente en la prisa de la evolución cultural de América.

Por otra parte, este "tempo", y las circunstancias en que ha vivido el escritor hispanoamericano, han determinado varias de sus características. Él ha tenido que luchar aquí no sólo contra los propios obstáculos de su empresa intelectual sino también contra toda clase de vicisitudes materiales. Ha adquirido así un hábito de lucha y, antes de consentirle los mundos cerrados o las especializaciones, se le ha impuesto un imperativo de acción y una pluralidad de ejercicios. Pues mientras que en Europa el escritor nace "como el piso más alto de la Torre Eiffel", en la América hispánica se encuentra "en la región del fuego central".

Ante las disyuntivas que le proponen Europa y los Estados Unidos y americanistas e hispanistas, nuestros escritores afirman su repugnancia a las segregaciones étnicas, su afinidad con Europa y su universalidad humana. Y equilibran naturalmente esta costumbre de trato con Europa y este internacionalismo con poderoso arraigo en la tierra y en sus problemas inmediatos.

Finalmente, Alfonso Reyes sugiere a la inteligencia americana una tarea previa de método y la convocatoria a la fidelidad de su destino. Aquella tarea, esencial no sólo para que el resto del mundo nos conozca y nos comprenda con facilidad y claridad, sino también para que nosotros mismos ganemos una conciencia más cabal de nuestro ser,es la de purificar el conocimiento de América, la de jardinar la maleza de los conceptos americanos. El destino último de América no es otro que el signo mismo que presidió su aparición en la escena universal: América está llamada a realizar la utopía, el mundo mejor en que todos los hombres han soñado.

ESTILO Y ESPÍRITU

La tónica del estilo de Alfonso Reyes no es la pasión ni el dramatismo, ni exuberancia imaginativa ni la serena proporción, ni la aguda lucidez ni el cálido temblor del sentimiento; dominaba todos esos registros e iba de uno a otro con perfecta maestría, se enriquecía con todas las experiencias y sabía desnudar las ideas con aquel arte sutil del músico de la novela de Proust, cuya sonata parecía descubrir un "objeto de belleza" ya existente. Manejaba una sabiduría total, no sólo de ciencias y artes varias sino de todas las humanas experiencias, aunque ellas llamen instintos de las urracas o las víboras, los cuentos y decires del pueblo, la conducta de los niños, el reino de los alimentos terrestres o las más extrañas pasiones humanas. Y era cosa sorprendente verlo iluminar los más especiosos problemas de cultura con un cuento popular o un ejemplo en el que intervienen personales del reino animal, tal como gustaba de encubrir su sabiduría el infante don Juan Manuel. Algunas veces, la riqueza de elementos, la multiplicidad de incitaciones y alusiones y el virtuosismo del giro mental nos recuerdan ese barroquismo, tan frecuente en nuestras expresiones estéticas. Pero Alfonso Reyes lo resolvía todo en una abundancia lúcida de cada una de sus galas y fiel a la clásica arquitectura de su pensamiento. Sabía el arte de imponer una armonía justa entre elementos que son de todos los matices y de todas las latitudes; de todas las intensidades también porque sus vibraciones se perciben según la educación de la sensibilidad de sus lectores o según los ímpetus de descubrimiento que los impulsen. El ejercicio literario incluye virtudes y artes de varios otros menesteres; en él participan a la vez la cotidiana laboriosidad del artesano, las luces divinas del profeta o del adivino y la insondable e infusa sabiduría de las cocineras. Los escritores que todo lo confían a uno sólo de estos extremos paran en brumosos y nos imponen el desasosiego de lo inarmónico. Alfonso Reyes, en cambio, había aprendido, quien sabe con qué formulas y tras de qué disciplinas, que es preciso no desechar ninguno de estos recursos para realizar una obra diáfana, viviente y amable. Discurría con la fácil elegancia de un dios ordenando el universo, sazonaba con hechicera sabiduría, poesía una gracia infusa que le acompañaba en todas sus empresas, y pudo preguntarse, como son Juana, si no la debía a los sabrosos condimentos de su tierra.

Cuando Alfonso Reyes tocaba con su pluma un tema, diríase pues que le devolviera su yacente riqueza y nos lo entregaba pulido y animado, organizado como una unidad sinfónica, caprichosa y sabia en su capricho, movible y sosegada.

EL MEXICANO UNIVERSAL

La producción siempre generosa que desde sus orígenes mantuvo Alfonso reyes creó para la cultura mexicana una de las obras de mayor esplendor y uno de sus más claros orgullos, y determinó, al mismo tiempo, en sus lectores, una especie de hábito,que si impedía apreciar en todo su realce el valor de cada uno de sus libros, aclaraba, a contraluz, el sitio que tiene Reyes en las letras mexicanas. Porque si para la mayoría de los escritores mexicanos conservamos una tabla de apreciaciones que nos permiten ver en cada uno de sus nuevos libros una etapa más de la carrera de sus autores y el resultado de una nueva empresa y un nuevo esfuerzo, recibíamos, en cambio, los libros de Alfonso Reyes con una actitud absolutamente diversa y como si él - lo cual no carece del todo de verdad estuviese en un lugar y en una situación peculiares: un libro con su firma, dentro de su personal y excepcional economía intelectual, venía a ser equivalente al esfuerzo que otros gastan para concluir un poema, un cuento o un ensayo breve; y una fiesta de gracia y elegancia o las más sutiles y acabadas meditaciones -que salidas de otras plumas merecerían una tormenta de elogios y admiraciones parecían en la magistral de Alfonso Reyes apenas su respiración normal, apenas, caso semejante al de Góngora, la llanura de la que aún pueden elevarse las cumbres.

Acaso necesitemos olvidar y destruir el hábito que nos hemos formado para ver de nuevo en todo su variado esplendor la obra extraordinaria de Alfonso Reyes y acaso necesitemos la perspectiva del tiempo para rendir a sus libros la administración que merecen y para juzgar con mayor verdad las censuras que solían dirigirse especialmente contra dos aspectos de su obra. Una de ellas, la que le exigía que se consagrara a las grandes empresas culturales que él tuvo la capacidad de realizar, parece destruirse con la sola consideración del conjunto ingente de su obra total - cuya magnitud supera a la de cualquiera otra de autor mexicano de su época- y en la cual, además de la universalidad de los temas, de la originalidad y agudeza de la inteligencia y de la sensibilidad que los ilumina, existe todos los grados y especies de los frutos: armonioso y rico jardín, y en él las obras menores no son por ello las menos magistrales y perdurables.

No asiste más justicia a la otra de las censuras que recibía Alfonso Reyes. Pues olvidando que los estudios que dedicó a la cultura mexicana -desde aquel juvenil y ya brillante ensayo sobre el paisaje en nuestra poesía del siglo XIX, hasta su tratado de las Letras de la Nueva EspaÒa bastarían con creces para formar el prestigio de uno de nuestros escritores; olvidando también que esas páginas suyas guardan síntesis, juicios y llamadas de atención, imprescindibles para la comprensión de nuestro acervo cultural, algunos críticos, celosos de la atención que él concedía a otros territorios del espíritu, se empeñaron en crear la leyenda de un Alfonso Reyes extraño a su realidad cultural.

Pero, ¿entonces, por qué llegó a ser una de las banderas más altas que representaban a México en el mundo? Cuando nos visitaban un Igor Stravinski, un Jules Romains, un Waldo Frank o un Aldous o un Julian Huxley, tenían en su agenda varios nombres de mexicanos con los que deseaban encontrarse y entre ellos, pude advertirlo, Alfonso Reyes figuraba siempre. Parecía obvio que se buscara en Diego Rivera el vigor original de nuestra plástica, o en otros creadores y especialistas el contacto con diversos ordenes de nuestras letras, artes y ciencias. Pero ¿qué buscaba en Alfonso Reyes e; músico, el novelista y el hombre de ciencia? Por qué era él punto para el ruso, el francés, el norteamericano y el inglés, y por qué para el español y el hispanoamericano esta siempre Alfonso Reyes como principio y punto de referencia de su imagen de la cultura mexicana?

Paréceme que una misma respuesta da razón de aquel reproche de nuestros celosos nacionalistas y de este reconocimiento universal. Mientras otros mexicanos representan lo irreductible de nuestra cultura, su secreta y violenta originalidad, la obra y la personalidad de Alfonso Reyes diríase que parten del punto justo en que aquella individualidad comienza a ser inteligible para el resto del mundo. Muy pocos, entre los primeros, han logrado que sus expresiones autóctonas tengan un sentido y conserven sus virtudes más allá de sus propios campanarios, y el designio de muchos no excluye la posibilidad de contentarse con esta clausura en cuyo privado coro se ahoguen todas las voces que lleguen del exterior. Inconforme con tan imprudente e inútil defensa de una originalidad que sólo puede madurar en el cruce de todos los vientos, Alfonso Reyes prefirió a lo largo de sus largos años de gloriosa fecundidad, la doble tarea de conservar entre nosotros la circulación de las tradiciones fundamentales de la cultura y la atención a los testimonios del espíritu, al mismo tiempo que hacía traducibles para el mundo nuestras mejores esencias. Por ello lo creyeron extraño a nuestra realidad cultural, y por ello también él encarnó el espíritu de México para hombres de todas las latitudes.

Y era ciertamente extraño y desmesurado entre nosotros, mas no porque la pasión de México careciera de sitio destacado en su obra -como puede comprobarlo quien quiera que se dé el placer de navegar algunos de sus libros-, sino porque sus creaciones literarias y su formación intelectual no tenían la estatura que nos es común, no parecerían las de un escritor perteneciente a un país cuya cultura se encuentra aún en vías de integración. Su poesía, su teatro y sus narraciones, diríase que hubiera surgido, póstumas y sutiles rosas, del esplendor otoñal de una civilización, de vuelta ya de todas las sabidurías y de todos los deslumbramientos. En sus ensayos, escritos en una de las prosas castellanas más hermosas de nuestro tiempo, Alfonso Reyes nos incitó a creer que ha llegado el momento de iniciar nuestra aventura por el mundo y se puso a mostrarnos todos los caminos que nos esperaban. Es grato aprender su lección memorable y es estimulante persuadirnos de que México puede participar ya, sin temor a confundirse, en el gran diálogo del mundo.

Alfonso Reyes fue el lujo y el orgullo de las letras mexicanos. Durante sus últimos cincuenta años nadie pudo disputarle el título de nuestro más distinguido hombre de letras.

A lo largo de estos años en que tantos cambios y tantas ideas movieron a México y al mundo, nada doblegó ni nada distrajo su fidelidad a la inteligencia y al oficio, a la dignidad y a los deberes del escritor. Murió como debía, vencido su noble corazón después de tantos asaltos, entre sus libros y junto a sus últimos trabajos. Su obra, enorme y múltiple, es uno de los monumentos que honran la inteligencia de México. Sólo el tiempo nos permitirá admirarla y apreciarla en toda su grandeza, porque crecerá aún más con la perspectiva. Acaso sólo así lleguemos a comprender que fue un privilegio haber vivido en su tiempo y cerca de él.

1 Alfonso Reyes, "Pasado inmediato", en Pasado inmediato y otros ensayos, México, El Colegio de México, 1941,pp. 3-64.

2 Ibid., p. 49.

3 Ibid., p. 50.

4 Ídem.

5 Ibid., p. 59-60.
Borges le dedicó este pasaje de su "In memoriam A. R."
Si la memoria la clavó su flecha
Alguna vez, labró con el violento
Metal del arma el numeroso y lento
Alejandrino o la afligida endecha.


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